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  • Foto del escritorMateo Roldos

Felipe Taborda

Actualizado: 30 oct 2019

El entusiasmo que tenía por el comienzo de las conferencias sobre sustentabilidad en la facultad era indisimulable. Por primera vez en mis varios años de carrera estaba llegando más de media hora antes de que empezara la clase. Al fin alguien iba a hablar de ese tema que parece ser el nuevo gran desafío de nuestra generación pero rara vez se tocaba en la facultad.


¿El conferencista? Como se dice en mi país, “un despegado”. Escuchar su currículum ya nos dejó con la boca abierta a todos. No voy a entrar en detalles, pero para que se hagan una idea, la editorial Taschen lo incluyó dentro de su ranking de los 100 mejores diseñadores gráficos del mundo. Venía especialmente de Brasil a hablarnos a nosotros.


Cuando llegué a la clase él ya estaba ahí, era verdad, el mismísimo Felipe Taborda se había hecho un lugar en su agenda para venir a contarnos algo a mi y a unos pocos estudiantes de diseño más. Era de carne y hueso y desparramaba simpatía carioca. Me senté en mi banquito y puse mi compu en esa especie de apoyabrazos/mesita que tienen los bancos de la sala de conferencias para sacar unas buenas notas.


Antes de empezar a contarles de la conferencia tengo que confesarles algo: atrás de mi entusiasmo se escondía un poco de escepticismo. Ya cualquiera que habla de este tema, no me preguntes porqué, pero me genera un poquito de dudas. Lo que pasa es que está tan de moda el término, que ahora, como por arte de magia, todo el mundo se la tira de sustentable. Hasta Coca-Cola que produce 200.000 botellas de plástico por minuto sacó hace poco una campaña concientizando del cuidado del agua. Además de esto me costaba encontrar una gran conexión entre el diseño gráfico y la sustentabilidad.


Empezó la conferencia y le saque la ficha enseguida: Felipe era de verdad un “despegado” en el diseño gráfico pero estaba lejos de ser un experto en sustentabilidad. Pero algo me gustó, lejos de hacer la gran Coca-Cola y fingir ser “Mr. Sustentabilidad” nos empezó a contar apasionadamente sobre un proyecto suyo que poco tenía que ver con el tema. Esto hizo que mi lado escéptico se fuera diluyendo y su proyecto poco a poco me empezó a entusiasmar.


El proyecto es muy bueno. Felipe creó un espacio que se llama Escolas Oi Kabum! en donde seleccionan jóvenes de favelas, les enseñan herramientas gráficas y bajo la tutoría de profesores crean carteles para concientizar de los problemas que viven día a día. Comenzó en ciudades grandes de Brasil y el éxito fue tan grande que lo repitió en Argentina, Chile y México, y está en sus planes seguir haciéndolo en distintas partes del mundo. Los trabajos de los jóvenes han sido tan buenos que los han expuesto en distintos museos del mundo. Acá les dejo algunos:


A todos nos encantó el proyecto y la gran carga comunicativa de los carteles, pero yo estaba ansioso porque toque el tema de la sustentabilidad, ¿qué iba a escribir en el blog sino? Después de pincharlo un poco nos comentó que participó en dos cumbres mundiales de sustentabilidad en Río de Janeiro en donde creó un proyecto en donde 30 diseñadores del mundo hacían carteles por el medio ambiente. ¡¡¡Epa!!! ¿Y porqué no nos lo contó antes? No lo se, pero acá les muestro algunos de los trabajos de la cumbre:


Aunque son muy originales y probablemente sean de un gran valor artístico no creo que vayan a salvarnos del cambio climático.


Mis conclusiones iban cerrándose junto con la charla. Los proyectos de Kabum me habían mostrado cómo el diseño gráfico podía ser una gran herramienta de concientización que podría aplicarse para comunicar el estado de emergencia de nuestro planeta.


Tampoco había descubierto nada nuevo: el ser humano ya ha utilizado durante la historia el gran poder comunicativo de lo gráfico para diferentes fines. La antigua civilización egipcia ya lo utilizaba en sus jeroglíficos para escribir. Sin ir más lejos, los propagandistas del partido comunista soviético lo utilizaron para promover su ideología y hoy en día es una de las principales armas de la publicidad para vender.

Sin embargo, al ver los proyectos de 30 famosos diseñadores para concientizar sobre el tema me había llevado una gran decepción. No lograba encontrar concientización alguna en ese conjunto de figuras abstractas y cancheras.

Felipe se despedía de la audiencia que lo aplaudía de pie mientras mi conclusión llegaba a su punto final. Como si estuviese aislado de todo ese vigor reflexionaba: ¿Cómo puede ser que los trabajos de los chicos de las favelas me parecieran más comunicativos que los de 30 diseñadores mundialmente reconocidos?


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